Oír, creer y vivir la palabra de Dios
Durante la visita a Isabel. María mostró su gratitud a Dios, haciendo un cantico que aún hoy cantamos: “El Señor ha hecho en mi maravillas, su Nombre es Santo” Ahora bien, este cántico todo entero está hecho con frases escogidas de la Biblia. Sólo una persona que conoce la Biblia y la guarda en su corazón es capaz de hacer semejante cántico.
Esto demuestra que María conocía muy bien la Biblia. Meditaba la palabra de Dios. leyéndola en casa, o participando de las reuniones con el pueblo. Conocía la historia de Abraham del Exodo, la Ley de Moisés, las promesas de los profetas, los salmos de David. Estaba de acuerdo con el plan de Dios descrito en la Biblia.
Y no era sólo eso. No sólo oía y meditaba la palabra de Dios, sino también procuraba vivirla, para así ayudar en la realización del plan de Dios. Es lo que demuestra en lo del ángel. Cuando el ángel Gabriel le presento la palabra de Dios. María no tuvo duda. Acepto y se puso a disposición de Dios: “Yo soy la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. O sea “Que esta Palabra de Dios se realice en mi”. Por eso precisamente la elogio Isabel: “María, dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el señor se cumplirá”.
La palabra de Dios en la Biblia y en la vida
Y aquí debemos notar lo que sigue: Aquella palabra de Dios que el ángel llevó a María no estaba escrita en la Biblia, sino que era un hecho nuevo que estaba aconteciendo en aquel mismo momento, para María, Dios hablaba no solo por la Biblia, sino también por los hechos de vida. Ella fue capaz de reconocer la Palabra de Dios escrita en la Biblia. La meditación de la Palabra escrita purifica los ojos y hace descubrir la palabra viva de Dios en la vida “Felices los que tienen su mirada limpia por que verán a Dios”, decía Jesús unos 30 años mas tarde. Es en esta atención constante a la palabra de Dios en la Biblia y en la vida donde está la causa de la grandeza de María. En una ocasión cuando Jesús estaba echando un sermón al pueblo, una mujer no pudo contenerse más elogió a su madre: “Dichoso el vientre que te llevo y los pechos que te criaron”. Pero Jesús no estaba muy de acuerdo, e hizo otro elogio a su madre: “Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”.
La causa de la grandeza de María no estaba en el hecho de que era la Madre de Jesús, de haberlo llevado en su seno nueve meses y haberlo alimentado con su pecho. Eso era la consecuencia. La causa estaba en el hecho de que escucho la Palabra de Dios y la puso en práctica. Porque fue obediente a la Palabra de Dios, dijo al ángel: “Hágase en mi según tu palabra”. Y en ese momento comenzó a ser la madre de Dios. Y todavía conviene recordar que Jesús no dijo: “dichosos los que leen la Biblia y la ponen en práctica”. Sino que dijo: “felices los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica”. La Palabra de Dios no está solamente en la Biblia. Se revela tanto en la Biblia como en la vida.
A pesar del sufrimiento
Nadie debe pensar que todo fue fácil para la Virgen María. En su firme voluntad de oír y practicar la palabra de Dios, encontraba no sólo su felicidad y su paz, sino también la fuente de su sufrimiento. Muchas de las cosas que Dios exigía de ella, no las llegaba a entender plenamente. Procuraba entenderlo pero no siempre lo conseguía. Así, ante la palabra de Dios algunas veces se quedaba con miedo. El ángel tuvo que decirle: “no tengas miedo, María” otras veces se quedaba admirada, por ejemplo, cuando el anciano Simeón dijo que Jesús era la luz de las naciones. Ella tenía que haberse quedado muy preocupada, cuando el mismo Simeón le dijo: “Una espada de dolor atravesara tu corazón”. Se quedo sin entender también la invitación del ángel para ser la madre de Jesús. Y no entendió las palabras que Jesús le dijo. Después que ella lo busco durante tres días y lo encontró en el templo en medio de los doctores.
María debe haber sufrido horriblemente cuando, por causa de su fidelidad a palabra de Dios, provocó aquella duda de San José. La Biblia dice que María lo escuchaba todo y lo guardaba en su corazón. Se quedaba recordando, rumiando y meditando las cosas grandes y pequeñas de la Biblia y de la vida. No lo sabía todo. No lo entendía. Había mucha oscuridad ¡La luz se hacía en el camino!
Un resumen de la vida de María
La palabra de Dios tenía puerta abierta en la vida de María, y en ella no encontraba ningún obstáculo. Encontraba un corazón abierto y una voluntad dispuesta, que decía: “Yo soy la esclava del Señor. Hágase en mi tu palabra”. O sea “Estoy aquí, a las órdenes de Dios. Estas palabras son como un resumen de la vida de María. Por todo esto, ya no se pertenecía más a si misma. Pertenecía a Dios. Era de Dios totalmente. “El Señor está contigo”, decía el ángel.
Dios no era para María sólo una idea bonita, sino alguien sin el cual ella ya no podía vivir, se amarro a Dios y se llamaba su empleada o sierva. Dios tomo posesión de la vida de María y ésta dejó que El tomase posesión suya. No puso ninguna resistencia, nunca, ni siquiera un poco.
Como Abraham, el padre del pueblo al que ella pertenecía, así para María no fue fácil aceptar y vivir la palabra de Dios en su vida. Fue motivo de mucho sufrimiento y duda, de mucha tristeza y obscuridad. Pero permaneció firme su padre Abraham. Tal padre, tal hija.
Desde la Concepción hasta la Asunción
Temple sobre tabla, obra de Benozzo Gozzoli 1450. Pinacoteca Vaticana |
La iglesia enseña que Dios cuido de la vida de María desde su primer momento hasta su ultimo fin, desde el momento en que ella fue concebida hasta el momento en que ella fue elevada al cielo. Esto es, desde su Inmaculada Concepción hasta su Asunción a los cielos.
Estas dos verdaderas enseñadas por la Iglesia son la confirmación de lo que la Biblia enseña abiertamente la palabra: la palabra de Dios influyó en María desde el principio de su vida. Ella era de Dios total y radicalmente. Nunca hubo en ella algo que fuera contrario a Dios. Dios reinaba en María. En ella el reino de Dios era ya un hecho. Aquel pecado de Adán por el cual el hombre se separó de Dios nunca tuvo lugar en María.
Todo esto nosotros lo celebramos todos los años en dos grandes fiestas: la fiesta de a Inmaculada Concepción (8 de diciembre) y la fiesta de la Asunción (15 de agosto).